Por Jeremias Martell
-Hermanos… esto no lo hago por mí, lo hago por
el Hermano Marcos… quien ha trabajado tanto, y por tanto tiempo, por la logia y
la Orden… lo hago por los otros hermanos de la logia… para que ellos se
beneficien de su trabajo…
Como siempre lo hacía en la logia, el Viejo
Marcos sentado en su silla y con ambas manos descansando sobre su bastón,
escucha atentamente las palabras de Juan Leonardo y todo lo que se discutía en
esa Asamblea. Esta vez un poco más, porque se está hablando de él.
Detrás de sus arrugas y gruesos anteojos,
observaba cuidadosamente a los hermanos. Quería medir sus reacciones a lo que
se estaba diciendo. Para, si fuera necesario, convencerlo o contrarrestarlo.
Mucho se estaban jugando Juan Leonardo y el Viejo Marcos en esa Asamblea. Un discurso
seria su instrumento. Porque el cabildear abiertamente para la aprobación de
una medida estaba expresamente prohibido por la “Ley” de la Orden de los
Trabajadores (aunque ya lo habían hecho).
En la preparación para su discurso Juan
Leonardo y el Viejo Marcos no se apoyarían en la “Ley”. Tomarían otro curso de
acción… evocar la compasión. El Viejo Marcos tendría que despertar la compasión
en los Hermanos de Logia por un viejo enfermo en sus 80 años, que estaba
sufriendo los embates de la vida de trabajo manual de un obrero.
El Viejo Marcos, en preparación a la Asamblea, visitó
todas las logias que pudo… la acción de cabildear.
Quién no podía reconocer cuán grande fue ese
sacrificio de ese viejo. Que en su avanzada edad visitaba logias. Haciendo eso
ponía en peligro su seguridad. Muchas veces les recordó a los hermanos que él tan
sólo cumplía con su deber fraternal. Luego a mitad del tradicional ágape, que concluía
los trabajos de la logia, se levantaba abruptamente y dramáticamente por lo
tarde que era. Aunque la compañía de sus hermanos era un placer, tenía que irse
a su casa, poco a poco, en la soledad de la noche.
Claro,
antes de su partida el Viejo Marcos se aseguraba de relatar una y otra vez la
misma historia a los hermanos de otras logias. De cómo, a pesar de su constaste
pobreza, había trabajado durante años por la logia y ahora la veía morir
lentamente. De cómo a su avanzada edad y pobreza económica era muy poco lo que
podía hacer para ayudar a mantenerla con vida… cuan impotente se sentía.
Los
hermanos de las logias lo escuchaban… y se compadecían de su hermano en
desgracia. Porque un “hermano en la necesidad es un hermano en verdad”.
-Hermanos,
quién le negaría al Hermano Marcos los frutos de su trabajo. Que reciba lo que
merece.
Con
esas palabras, y ojos adornados por diminutas y falsas lágrimas, Juan Leonardo
concluyó su elocución en favor de disponer “adecuadamente” de los fondos mortuorios
de la Logia Fatum et Cadendo.