Por Jeremías Martell
Santiago odiaba recibir
cartas. Se había convertido en una inevitable maldición ver al cartero dejar
las cartas en el buzón de su casa.
Cuando era un Muy
Respetable e Ilustre Gran Maestro tenía a un criado que le servía de
secretario. Quien abría, leía y resumía las múltiples misivas que resibía. Además,
ese criado utilizaba su criterio y desechaba las cartas inconsecuentes, traía
la atención de Santiago las que merecían ser leídas por alguien de su alta jerarquía. En ocasiones,
endulzaba las cartas que con el veneno de las letras le hubiera incomodado.
Inclusive aminoraba los efectos de las cartas que traían malas noticias.
El criado Salomón le servía
muy bien a su amo. Cuando era Muy Respetable e Ilustra Gran Maestro su vida le
era más fácil. Santiago, ya no lo era.
Se había fraguado una
rebelión contra su mandato divina y justamente ordenado. Los irrespetuosos y
desobedientes a la figura del Muy Respetable e Ilustre Gran Maestro, que era él,
cada vez eran más. Mientras, quienes lo apoyaban incondicionalmente (como debía
ser) cada vez eran menos. Sólo los más leales quedaron hasta el final.
Esa rebelión había sido
demasiado para su salud, tanto mental y emocional, como física. Así que decidió
‘retirarse’ del Trono que le pertenecía como Muy Respetado e Ilustre Gran
Maestro.
Santiago tenía la
esperanza que si dejaba a Carlota, su diputado, reinar en su Trono por los
meses previos al proceso eleccionario, ella podría ganarlo. De esa forma
alguien muy cercano a él, quien le debía, quien lo escuchaba cuando llamara,
estaría en el Trono que él abandonaría ‘voluntariamente’.
No fue así.
Carlota perdió las
elecciones, y quien fue por mucho tiempo fue el rival de Santiago, asumió el
poder del Gran Oriente Nacional y Soberano. Fue un día muy triste para Santiago
cuando tuvo que rendir su Trono y Cetro al afro caribeño que se lo había
arrebatado en las elecciones. Más tristeza sintió cuando recibió la carta confirmando
la aplastante victoria de ese negro y los nombramientos que había hecho.
Casi la totalidad de
los partidarios de Santiago habían sido desterrados de las posiciones de poder.
Ya fuera por votación o por nombramiento la influencia de Santiago en el Gran
Oriente Nacional y Soberano había sido, para todos los efectos prácticos,
anulada.
Sólo le quedaba la
influencia y prestigio que podía tener un Ex Gran Maestro enfermo.
Ver al cartero con sus
sobres en mano sólo le hacía recordar que él lo pudo evitar todo. La carta que
le escribió Arístides fue una advertencia de lo que podía pasar. Santiago sólo
se obsesionado en castigar a quien la había inspirado. Comenzó con una campaña
que lo único que logro fue crear más detractores. Quienes gustosamente se
unieron en cofradía de odio.
Hasta el propio
Jeremías, fuente de dolor e inspiración, se lo advirtió. Le dijo que tenía que
controlar la situación o se saldría de control. Pero quien sería tan osado de
retar la autoridad del Muy Restable e Ilustre Gran Maestro, se preguntó en ese
momento Santiago. El descartó a todos los que le dijeron que la carta inspirada
por Jeremías no tenía mentiras o maldad.
Esa carta sólo la
realidad que Santiago no quería ver.
Esa oscura musa tenía
que ser purgada de la fraternidad. Como “buen” hermano de logia que era, Jeremías
tendría que aceptar su exilio, pensó Santiago. Era su decisión como Muy Restable
e Ilustre Gran Maestro y tenía que ser respetado y obedecido. Muchos hubieran
obedecido, como Ricardo y Luis Eduardo obedecieron el comando al exilio. Muchos
se hubieran sometido a la voluntad de Santiago y suplicado el perdón y jurar
obediencia.
No Jeremías. Quien
escribió…. y escribió. Cartas, panfletos, proclamas, cuentos, ensayos y
artículos...
Eso inspiró a otros y
se desembocó en un torrente de cartas… de amigos, hermanos y anónimos. Todas
llenas de reclamos y reproches. De cosas que Santiago no quería leer. Por mucho
tiempo el criado Salomón lo protegió de esas cartas. Pero Santiago tuvo que deshacerse
de su criado. En la Isla al negro que se le acusa de algo, siempre será
culpable.
Quien lo reemplazo no
era tan eficiente como el negro Salomón. Un casi blanquito que no quería
proteger a Santiago… y el torrente de cartas aumento. Las peores eran las escritas
por Jeremías.
Un impertinente.
Un desobediente.
Santiago le ordenó
callarse. Le ordenó que dejara de escribir. Pero no lo hizo. Continúo en todos
los medios posibles. El nombre de Jeremías era una maldición que se manifestaba
en cartas. Estas inspiraban a la desobediencia.
Santiago les había
ordenado a todos los miembros del Gran Oriente Nacional y Soberano a no leer
las cartas. A evitar todo contacto con Jeremías. Los hermanos de logia lo desobedecieron.
Leían las cartas y eran inspirados a la desobediencia. El corazón de Santiago
gritaba de la angustia.
Ahora, el cartero traía
más cartas. En su mente y corazón Santiago sospechaba lo que había en ellas.
Aun así las recibió y gran aprensión sintió cuando vio el Sello del Muy Restable
e Ilustre Gran Maestro en una de las cartas. El que fue su sello.
Sentado en su sala Santiago
miraba el sobre que guardaba su carta. Qué el nuevo Muy Restable e Ilustre Gran
Maestro me habrá enviado, hubiera sido una pregunta pertinente que Santiago no
quería pensar. Santiago ya sabía lo que en ella encontraba. De manera súbita,
sin ceremonia y rasgándola con plena intensión de ultrajar el sobre, Santiago
liberó la carta.
Su corazón salto una palpitación.
Su rival había
perdonado a Jeremías. Lo había restaurado a la fraternidad. Con un plumazo
había deshecho todos los esfuerzos de Santiago en perseguir a un irrespetuoso.
Hasta rectificó todos los libros para que reflejaran que nunca fue expulsado o
suspendido.
Su pecho se apretaba de
la angustia. No sólo tuvo que abandonar el Trono que tanto amaba, el que en gloria
ocupaba su rival, ahora su principal detractor estaba en pleno goce de sus
derechos de la fraternidad.
Santiago continuaba
leyendo la carta… sus maquinaciones no sólo eran reveladas en la carta para
todos conocer, sino que también eran deshechas. Todos sus esfuerzos y
sacrificios se desmoronaban mientras más leía.
Lagrimas se enjugan en
sus ojos. Entre ahogados sollozos el aire le faltaba. Involuntariamente
estrujaba la carta con su mano izquierda. Santiago no podía creer lo que estaba
sucediendo. Su visión se nublaba al ver el nombre de Jeremías.
Santiago intentaba
moverse pero no podía. El dolor era demasiado. El respirar difícil. La
impotencia. Mirando la estrujada carta, viendo el nombre Jeremías Martell, Santiago
colapso… nunca se recuperó.
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