viernes, 4 de abril de 2014

En el Olvido




Por Jeremías Martell

Santiago odiaba recibir cartas. Se había convertido en una inevitable maldición ver al cartero dejar las cartas en el buzón de su casa.

Cuando era un Muy Respetable e Ilustre Gran Maestro tenía a un criado que le servía de secretario. Quien abría, leía y resumía las múltiples misivas que resibía. Además, ese criado utilizaba su criterio y desechaba las cartas inconsecuentes, traía la atención de Santiago las que merecían ser leídas  por alguien de su alta jerarquía. En ocasiones, endulzaba las cartas que con el veneno de las letras le hubiera incomodado. Inclusive aminoraba los efectos de las cartas que traían malas noticias.

El criado Salomón le servía muy bien a su amo. Cuando era Muy Respetable e Ilustra Gran Maestro su vida le era más fácil. Santiago, ya no lo era.

Se había fraguado una rebelión contra su mandato divina y justamente ordenado. Los irrespetuosos y desobedientes a la figura del Muy Respetable e Ilustre Gran Maestro, que era él, cada vez eran más. Mientras, quienes lo apoyaban incondicionalmente (como debía ser) cada vez eran menos. Sólo los más leales quedaron hasta el final.

Esa rebelión había sido demasiado para su salud, tanto mental y emocional, como física. Así que decidió ‘retirarse’ del Trono que le pertenecía como Muy Respetado e Ilustre Gran Maestro.

Santiago tenía la esperanza que si dejaba a Carlota, su diputado, reinar en su Trono por los meses previos al proceso eleccionario, ella podría ganarlo. De esa forma alguien muy cercano a él, quien le debía, quien lo escuchaba cuando llamara, estaría en el Trono que él abandonaría ‘voluntariamente’.

No fue así.

Carlota perdió las elecciones, y quien fue por mucho tiempo fue el rival de Santiago, asumió el poder del Gran Oriente Nacional y Soberano. Fue un día muy triste para Santiago cuando tuvo que rendir su Trono y Cetro al afro caribeño que se lo había arrebatado en las elecciones. Más tristeza sintió cuando recibió la carta confirmando la aplastante victoria de ese negro y los nombramientos que había hecho.

Casi la totalidad de los partidarios de Santiago habían sido desterrados de las posiciones de poder. Ya fuera por votación o por nombramiento la influencia de Santiago en el Gran Oriente Nacional y Soberano había sido, para todos los efectos prácticos, anulada.

Sólo le quedaba la influencia y prestigio que podía tener un Ex Gran Maestro enfermo.

Ver al cartero con sus sobres en mano sólo le hacía recordar que él lo pudo evitar todo. La carta que le escribió Arístides fue una advertencia de lo que podía pasar. Santiago sólo se obsesionado en castigar a quien la había inspirado. Comenzó con una campaña que lo único que logro fue crear más detractores. Quienes gustosamente se unieron en cofradía de odio.

Hasta el propio Jeremías, fuente de dolor e inspiración, se lo advirtió. Le dijo que tenía que controlar la situación o se saldría de control. Pero quien sería tan osado de retar la autoridad del Muy Restable e Ilustre Gran Maestro, se preguntó en ese momento Santiago. El descartó a todos los que le dijeron que la carta inspirada por Jeremías no tenía mentiras o maldad.

Esa carta sólo la realidad que Santiago no quería ver.

Esa oscura musa tenía que ser purgada de la fraternidad. Como “buen” hermano de logia que era, Jeremías tendría que aceptar su exilio, pensó Santiago. Era su decisión como Muy Restable e Ilustre Gran Maestro y tenía que ser respetado y obedecido. Muchos hubieran obedecido, como Ricardo y Luis Eduardo obedecieron el comando al exilio. Muchos se hubieran sometido a la voluntad de Santiago y suplicado el perdón y jurar obediencia.

No Jeremías. Quien escribió…. y escribió. Cartas, panfletos, proclamas, cuentos, ensayos y artículos...

Eso inspiró a otros y se desembocó en un torrente de cartas… de amigos, hermanos y anónimos. Todas llenas de reclamos y reproches. De cosas que Santiago no quería leer. Por mucho tiempo el criado Salomón lo protegió de esas cartas. Pero Santiago tuvo que deshacerse de su criado. En la Isla al negro que se le acusa de algo, siempre será culpable.

Quien lo reemplazo no era tan eficiente como el negro Salomón. Un casi blanquito que no quería proteger a Santiago… y el torrente de cartas aumento. Las peores eran las escritas por Jeremías.

Un impertinente.
Un desobediente.

Santiago le ordenó callarse. Le ordenó que dejara de escribir. Pero no lo hizo. Continúo en todos los medios posibles. El nombre de Jeremías era una maldición que se manifestaba en cartas. Estas inspiraban a la desobediencia.

Santiago les había ordenado a todos los miembros del Gran Oriente Nacional y Soberano a no leer las cartas. A evitar todo contacto con Jeremías. Los hermanos de logia lo desobedecieron. Leían las cartas y eran inspirados a la desobediencia. El corazón de Santiago gritaba de la angustia.

Ahora, el cartero traía más cartas. En su mente y corazón Santiago sospechaba lo que había en ellas. Aun así las recibió y gran aprensión sintió cuando vio el Sello del Muy Restable e Ilustre Gran Maestro en una de las cartas. El que fue su sello.

Sentado en su sala Santiago miraba el sobre que guardaba su carta. Qué el nuevo Muy Restable e Ilustre Gran Maestro me habrá enviado, hubiera sido una pregunta pertinente que Santiago no quería pensar. Santiago ya sabía lo que en ella encontraba. De manera súbita, sin ceremonia y rasgándola con plena intensión de ultrajar el sobre, Santiago liberó la carta.

Su corazón salto una palpitación.

Su rival había perdonado a Jeremías. Lo había restaurado a la fraternidad. Con un plumazo había deshecho todos los esfuerzos de Santiago en perseguir a un irrespetuoso. Hasta rectificó todos los libros para que reflejaran que nunca fue expulsado o suspendido.

Su pecho se apretaba de la angustia. No sólo tuvo que abandonar el Trono que tanto amaba, el que en gloria ocupaba su rival, ahora su principal detractor estaba en pleno goce de sus derechos de la fraternidad.

Santiago continuaba leyendo la carta… sus maquinaciones no sólo eran reveladas en la carta para todos conocer, sino que también eran deshechas. Todos sus esfuerzos y sacrificios se desmoronaban mientras más leía.

Lagrimas se enjugan en sus ojos. Entre ahogados sollozos el aire le faltaba. Involuntariamente estrujaba la carta con su mano izquierda. Santiago no podía creer lo que estaba sucediendo. Su visión se nublaba al ver el nombre de Jeremías.

Santiago intentaba moverse pero no podía. El dolor era demasiado. El respirar difícil. La impotencia. Mirando la estrujada carta, viendo el nombre Jeremías Martell, Santiago colapso… nunca se recuperó.