viernes, 21 de agosto de 2015

La Logia… Un Edificio: En la asamblea (Parte 2 de 2)



Por Jeremias Martell

-Hermanos… esto no lo hago por mí, lo hago por el Hermano Marcos… quien ha trabajado tanto, y por tanto tiempo, por la logia y la Orden… lo hago por los otros hermanos de la logia… para que ellos se beneficien de su trabajo…

Como siempre lo hacía en la logia, el Viejo Marcos sentado en su silla y con ambas manos descansando sobre su bastón, escucha atentamente las palabras de Juan Leonardo y todo lo que se discutía en esa Asamblea. Esta vez un poco más, porque se está hablando de él.

Detrás de sus arrugas y gruesos anteojos, observaba cuidadosamente a los hermanos. Quería medir sus reacciones a lo que se estaba diciendo. Para, si fuera necesario, convencerlo o contrarrestarlo. Mucho se estaban jugando Juan Leonardo y el Viejo Marcos en esa Asamblea. Un discurso seria su instrumento. Porque el cabildear abiertamente para la aprobación de una medida estaba expresamente prohibido por la “Ley” de la Orden de los Trabajadores (aunque ya lo habían hecho).

En la preparación para su discurso Juan Leonardo y el Viejo Marcos no se apoyarían en la “Ley”. Tomarían otro curso de acción… evocar la compasión. El Viejo Marcos tendría que despertar la compasión en los Hermanos de Logia por un viejo enfermo en sus 80 años, que estaba sufriendo los embates de la vida de trabajo manual de un obrero.

El Viejo Marcos, en preparación a la Asamblea, visitó todas las logias que pudo… la acción de cabildear.

Quién no podía reconocer cuán grande fue ese sacrificio de ese viejo. Que en su avanzada edad visitaba logias. Haciendo eso ponía en peligro su seguridad. Muchas veces les recordó a los hermanos que él tan sólo cumplía con su deber fraternal. Luego a mitad del tradicional ágape, que concluía los trabajos de la logia, se levantaba abruptamente y dramáticamente por lo tarde que era. Aunque la compañía de sus hermanos era un placer, tenía que irse a su casa, poco a poco, en la soledad de la noche.

Claro, antes de su partida el Viejo Marcos se aseguraba de relatar una y otra vez la misma historia a los hermanos de otras logias. De cómo, a pesar de su constaste pobreza, había trabajado durante años por la logia y ahora la veía morir lentamente. De cómo a su avanzada edad y pobreza económica era muy poco lo que podía hacer para ayudar a mantenerla con vida… cuan impotente se sentía.

Los hermanos de las logias lo escuchaban… y se compadecían de su hermano en desgracia. Porque un “hermano en la necesidad es un hermano en verdad”.

-Hermanos, quién le negaría al Hermano Marcos los frutos de su trabajo. Que reciba lo que merece.

Con esas palabras, y ojos adornados por diminutas y falsas lágrimas, Juan Leonardo concluyó su elocución en favor de disponer “adecuadamente” de los fondos mortuorios de la Logia Fatum et Cadendo.