Por
Jeremías Martell
Jeremías
entró una vez más al templo de la logia.
Con todas las medallas y regalías que lo identificaban como un distinguido
hermano de logia. Quería ver las caras de sus antiguos hermanos. Quería ver a
sus adversarios al verlo de pie y al orden, en pleno uso de sus derechos en la
fraternidad.
Parado
entre columnas, con sus regalías en mano, Jeremías sonreía en extremo placer.
Esta era una de las grandes victorias de su vida. Jeremías no tenía que decir
algo. Sólo estar allí. Ese era el gran miedo que tanto le tenían. Las
expresiones de disgusto y horror en las caras de sus adversarios. Confusión en
la de sus antiguos hermanos y expectativas en las de sus pocos amigos.
Sin
la cortesía o el decoro esperado en la logia se dirigió a la puerta del templo
en salida triunfante. Pero antes de salir, en tono y manera casual dijo,
-Venerable
Maestro, ya han caído tres de mis detractores… y los que faltan.