Por Jeremias Martell
-Queridos Hermanos…
Con voz
matizada para el dolor y la pena Juan Leonardo comenzó su breve discurso
en la asamblea Bienal de la Orden de los Trabajadores.
-Es con gran pena que les tengo que informar oficialmente
lo que todos ustedes, mis queridos hermanos, ya saben… la Logia Fatum et
Cadendo ha cerrado sus puertas…
En todas las organizaciones fraternales de la
isla no había evento más trágico que la clausura de una logia. Este era el más
alto símbolo de la muerte. De que la organización ya no era relevante, que la comunidad no veía
a la logia como ese lugar al cual se debía pertenecer.
Más doloroso era cunado una logia cerraba sus
puertas por la negligencia de los hermanos. Por ellos no haber hecho su trabajo
fraternal en mantener y renovar su matrícula. En no hacer vivos los Dogmas Fraternales.
Sobre todo, más que indignante, era cuando una logia cerraba por la mezquindad fraternal.
-Queridos hermanos... ahora que nuestra logia
no es mas, tenemos que disponer de los bienes.
Continuó Juan Leonardo con su voz de pena y
dolor, pero con un poco más de fuerza. Mientras hablaba gesticulaba y se movía
en su sitio en el templo para que todos pudieran ver su expresión de profundo
luto por su logia.
La disposición de los bienes de una logia
muerta era un asunto terrible. En esa tarea los hermanos dejaban de ser
hermanos y se convertían en meros animales de carroña. Desfachatadamente
alimentándose de un cadáver.
Cuando una logia cerraba sus puertas lo que quedaba
en las arcas, y si el edificio era de la logia,
tenía que ser repartido entre los hermanos (luego de pagar todas las
deudas con el gobierno). En la
repartición de los bienes no importaba cuanto tiempo el hermano llevara en la
logia, ni cuanto había sido su contribución a ese caudal. Sólo se necesitaba
que estuviera “al día” en sus cuotas al momento del cierre para tener “derecho”
a ese beneficio de muerte.
En la Orden de los Trabajadores todos ganaban
con la clausura de una logia. El caudal mortuorio se repartía entre más
“personas”… un tercio para la matricula, un tercio para la Gran Logia y un
tercio para la Junta de Síndicos. Al tantos beneficiarse del cierra de una logia,
no existía nada que alentara mantenerla a una logia operando con un puñado de hermanos
que pagaban un puñado de cuotas. Más cuando la agonizante logia había amasado
el suficiente caudal y adquirido las suficientes propiedades para silenciar las
conciencias.
Para poder repartirse el caudal mortuorio sólo
se requería la complicidad de los hermanos que participaban en la Asamblea
Bienal de la Orden de los Trabajadores.
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