Por Jeremías Martell
El
Hermano Salomón escribía su Carta de Renuncia sin convicción en la faena. La
escriba porque se la habían pedido. Porque había sido amenazado y se sentía
coaccionado.La amenaza no era de daño físico… ni de muerte…
a él o a sus seres queridos. Nada de eso. Era peor. La amenaza era a su honra…
querían matar su nombre.
Luego
de años de fiel servicio al Gran Oriente Nacional y Soberano tenía que
renunciar a la posición electa de Gran Secretario. Su posición. El Hermano Salomón
había cometido una indiscreción. De esas
que son fácilmente justificables, simples de reprochar y enmendar. Ahora
tendría que pagar… un precio muy alto. Ese es el precio que se le cobra a todo
negro en la isla.
Durante
la pasada campaña electorera del Gran Oriente Nacional y Soberano el Hermano Salomón
compitió por cuarta ocasión a la re elección por la silla del Gran Secretario.
Como todo incumbente en una posición electiva tuvo una gran ventaja. Su nombre
era mencionado casi semanalmente en todas las logias del país. Toda
comunicación “de” y “al” Gran Oriente Nacional y Soberano llevaba su nombre. Al
momento de votar por el próximo Gran Secretario, el hermano tendría muy
presente en su memoria el nombre del Hermano Salomón.
Aun
así, que su nombre fuera reconocido, no era suficiente.
Así
que el Hermano Salomón comenzó a enviar cartas a las logias sobre su intención de competir
para la re elección. Luego enviando otras cartas donde resaltaba su “excelente
labor como Gran Secretario”. Cartas que eran impresas con los recursos del Gran
Oriente Nacional y Soberano. Incluía sus cartas entre la correspondencia
oficial del Gran Oriente Nacional y Soberano que se enviaban constantemente a
las logias.
-Eso
no es nada… No son gastos extra. Las
cartas se van entre los otros documento…
Se
justificó el Hermano Salomón.
La
popularidad por su “excelente labor como Gran Secretario” protegió al Hermano Salomón
de los efectos politiqueros que sus cartas pudieran germinar durante la campaña
electorera. Lo que nunca entendió fue que las cartas eran innecesarias para
ganar las elecciones.
A nadie le sorprendió, excepto al Hermano Salomón,
cuando cómodamente ganó las elecciones para Gran Secretario.
Los
perdedores no alzaron su voz en protesta. No pidieron recuentos. Ni hicieron
escándalos. Ellos tenían otros medios para lograr esa silla. Ellos estaban
dispuestos a “tranzar”. Eran tan buenos “hermanos de logia” que protegerían al
Gran Oriente Nacional y Soberano y la dignidad de la Oficina del Gran
Secretario. Sólo le pidieron al Muy Respetable e Ilustre Hermano Santiago la
cabeza del Hermano Salomón.
La
petición que le hicieron a Santiago le causó gran dolor… él perdería al negro
leal que le había servido como criado durante años.
-Que
importa.
Se
dijo a si mismo luego de una breve musa. El Gran Oriente Nacional y Soberano
estaba lleno de lacayos en potencia, des testados deseos en servirle al Muy
Respetable e Ilustre Gran Maestro. Tal vez Santiago ahora lograría tener a
un criado blanquito, como los persas o
árabes, eso le daría más estatus.
Cuando
Santiago le pidió la renuncia al Hermano Salomón, éste resistió la proposición.
-Dónde
está la evidencia… que me procesen…
quiero un juicio de logia… que los hermanos decidan si lo que hice
estuvo mal…
-Como
usted quiera…
Levantándose
de su escritorio le respondió Santiago con una mirada vacía.
El
Hermano Santiago sintió miedo. Sabía lo que esas palabras implicaban. Él había
sido un testigo silente de lo que Santiago le había hecho a 18 hermanos de
logia. Más importante sabía que Santiago no tendría escrúpulos en hacerle lo
mismo a él.
Como
tantas otras veces el Hermano Salomón bajó su cabeza ante su amo y sumisamente
dijo,
-Como
usted diga Muy Respetable e Ilustre Gran Maestro.
Terminando
de escribir su Carta de Renuncia la depositó en el apartado del Muy Respetable
e Ilustre Gran Maestro. No hubo despedidas o agradecimientos. Santiago no
quería tener contacto con él.
Con
la entrega de su carta de renuncia el Hermano Salomón se resignó al exilio… al
olvido. Sus años de servicio al Gran Oriente Nacional y Soberano valieron poco
al momento de imponer una penalidad por su indiscreción.
A
los 6 meses de su renuncia todos habían olvidado quien había sido y lo que
había hecho… y Santiago obtuvo a su blanquito… al casi ganador de la elección,
el Hermano Dámaso.
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